No conocemos el peligro
de un vivir sin silencios.
Su ausencia significa
una mente poblada
de artrosis sin ideas.
El delicado instante,
fugaz presente,
se nubla de ansiedades
o culpables nostalgias.
Absurdas.
Con una ciénaga en los ojos
sustituimos sonidos
de la sangre y la tierra
con los saberes inservibles
de orgullo o de prejuicio.
Descansemos del hombre,
que florezca lo innato.
El silencio nos sana
de la ambiciosa lengua bífida
y sus ciudades.
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